Con los datos siendo reconocidos como activos con valor económico, el sistema financiero empieza a explorar nuevos caminos para el crédito, la inclusión y la monetización de la información
Cada vez es más común ver instituciones tratando los datos como activos — y desarrollando productos basados en ellos. No estoy hablando de análisis predictivo ni de CRM sofisticado. Estoy hablando de custodia, crédito y titulización respaldados por datos operacionales.
La lógica es simple, aunque disruptiva. Si una empresa logra demostrar que genera valor a partir de su base de datos — ya sea por la fidelidad de sus clientes, por los flujos de recurrencia o por el potencial analítico de su operación —, ¿por qué esos datos no podrían servir como garantía, o incluso como estructura para la emisión de deuda? Eso es lo que ya se está probando en países como China, donde bancos comerciales iniciaron operaciones formales de custodia de datos, evaluación informacional y estructuración de crédito respaldado en este tipo de activo.
Las personas físicas también generan valor con sus datos — y hoy, poco o nada de eso vuelve a ellas. El historial de transacciones, los pagos recurrentes, la puntualidad con los compromisos, los patrones de consumo e incluso la forma en que alguien interactúa con servicios financieros o plataformas digitales tienen valor informacional. En teoría, esos datos ya son utilizados para scoring y concesión de crédito. Lo que cambia el juego ahora es permitir que ese valor sea activado de forma más justa y transparente, y revertido en beneficio directo al titular.
En algunos escenarios regulatorios ya se discute la idea de una renta derivada del uso autorizado de datos personales. Por ejemplo, en China, ya hay menciones iniciales a una arquitectura en la que parte del valor generado por la monetización de datos — incluso en el sector financiero — pueda ser redistribuida.
En Brasil, la LGPD establece la base para el control y el consentimiento, y el Open Finance crea el camino para la portabilidad. El paso siguiente es reconocer que, si el dato tiene valor económico, el titular debe tener el derecho de participar en ese valor — algo que empieza a discutirse en el ámbito del PLP 234/23. El concepto también ya apareció en declaraciones del expresidente del Banco Central, Roberto Campos Neto, al defender el concepto de “billeteras de datos” — estructuras en las que las personas podrían guardar, autorizar el uso e incluso negociar sus datos directamente, como una forma de generar valor o acceder al crédito.
Esto puede cambiar el papel del sistema financiero. La institución dejaría de operar solo con activos tradicionales y pasaría a actuar también como gestora de valor informacional — ya sea para empresas, ya sea para personas. Eso exige saber custodiar datos, evaluar riesgo con base en señales informacionales, garantizar seguridad, respetar los límites legales y desarrollar productos compatibles con esta nueva capa de activos.
En Brasil, todavía no existe una estructura formal para tratar los datos como activos financieros, pero los ingredientes están puestos: una base legal en construcción, una infraestructura en formación y un sector financiero técnicamente avanzado. La oportunidad está para quien quiera actuar en la intersección entre capital, información y derecho — con responsabilidad y capacidad de innovación.
Este es un ciclo en construcción. Pero el potencial es claro: ampliar el acceso al crédito, activar valor invisible y reposicionar el sistema financiero como motor de una economía basada en información.
📌 Artículo publicado originalmente en Época Negócios