La digitalización del dinero está en marcha —pero no por un solo camino. Veo al menos cuatro modelos distintos de representación digital del valor, cada uno con su propia lógica técnica, política y económica. Mientras Brasil apuesta por una infraestructura pública y coordinada con el DREX, Estados Unidos avanza por otra vía —con implicaciones importantes para el futuro de la moneda global.
En Brasil, el DREX nace como un sistema público de tokenización de depósitos bancarios, operado por instituciones autorizadas y bajo gobernanza regulatoria. No se trata de una moneda digital estatal entregada directamente al ciudadano, sino de una infraestructura de liquidación. Esta arquitectura permite preservar la estructura del sistema financiero, escalar los contratos inteligentes y mantener el control de la política monetaria. Es una solución robusta, técnicamente sofisticada y jurídicamente segura, pero que exige tiempo, interoperabilidad y adhesión coordinada de los diversos agentes del sistema.
En Estados Unidos, la estrategia es otra. Sin una CBDC en desarrollo activo y con posturas políticas contrarias a la idea de una «moneda digital estatal», el país parece haber dejado que el mercado resolviera la digitalización del dólar. Y lo hizo. Stablecoins como USDT (Tether) y USDC (Circle) ya mueven volúmenes billonarios a nivel mundial, funcionando como versiones tokenizadas del dólar, respaldadas por reservas reales y operando en redes blockchain. Grandes empresas como PayPal y Fidelity ya tienen sus propias monedas. El dólar digital existe —solo que no fue emitido por el banco central. Este modelo avanza con velocidad, fomenta la innovación y garantiza liquidez internacional. Por otro lado, concentra riesgos en emisores privados, depende de la gobernanza corporativa y desafía los mecanismos tradicionales de política monetaria y supervisión.
También crecen los criptoactivos nativos, como Bitcoin, Ether y otras monedas emitidas por redes descentralizadas, sin vínculo con Estados ni empresas. Son creaciones algorítmicas, gobernadas por consenso de red y código abierto. El Bitcoin cumple cada vez más el rol de reserva de valor, especialmente en países con alta inflación o inestabilidad institucional. Ethereum se consolida como una plataforma para contratos inteligentes, finanzas descentralizadas, NFTs y experimentos de gobernanza digital. Son activos volátiles, sí, pero cada vez más presentes en estrategias macroeconómicas institucionales, como alternativa al dólar o al oro. En ese contexto, vale recordar la experiencia de El Salvador, que adoptó el Bitcoin como moneda de curso legal en 2021. El experimento atrajo la atención mundial, pero enfrentó serios obstáculos en la adopción real por parte de la población, la infraestructura digital y la gestión pública. Aun así, mostró lo que puede pasar cuando un país entrega la función monetaria a una red descentralizada.
Por último, tenemos la creciente tokenización de activos reales. Precatórios, inmuebles, oro, carbono, participaciones en fondos, consorcios y cooperativas están siendo convertidos en representaciones digitales —con distintos niveles de interoperabilidad, respaldo y regulación. Se trata de la digitalización del mundo físico, creando liquidez, fraccionamiento y acceso a nuevas clases de activos. En Estados Unidos ya existen tokens respaldados por bonos del Tesoro y crédito privado. En Brasil, vemos experiencias emergiendo en entornos controlados, como el sandbox de la CVM, con expectativas de integración futura con el propio DREX. La intersección entre esta tokenización y el sistema financiero tradicional puede ser la próxima frontera —tanto en eficiencia como en inclusión.
Estamos, por tanto, ante una nueva arquitectura monetaria global. El DREX, junto con otras CBDCs, representa la vía pública, institucional y coordinada. Las stablecoins, la vía pragmática y veloz del mercado. Las criptomonedas nativas, la alternativa descentralizada. Y la tokenización de activos, el puente entre el mundo tradicional y el digital. Brasil tiene la oportunidad de ocupar una posición estratégica en esta nueva economía tokenizada —siempre que se construyan puentes entre estos modelos.